Estudiantes autoexigentes

¿Qué pasa con aquellos niños y niñas que atraviesan una crisis y recurren a terapia cuando algo impide que alcancen la perfección en sus estudios?

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Habitualmente suelen llegar a consulta psicológica niños y niñas que tienen problemas de conducta en el aula, que son distraídos o caprichosos, que no quieren hacer las tareas escolares o no se ajustan a las reglas del colegio.  Algunas o muchas de estas características complican el buen desempeño escolar, por lo que aparece el reclamo de la maestra. Suelen tener dificultades de adaptación al espacio escolar por diferentes razones (emocionales, madurativas, por circunstancias familiares puntuales, etc). Obviamente que se los guía desde la terapia individual y la orientación a padres, para superar aquello que resulta conflictivo.
¿Pero qué pasa con aquellas y aquellos que no llaman la atención por dificultades escolares en lo académico, sino todo lo contrario, se destacan por cumplir sobradamente con las expectativas escolares? Estos niños y niñas suelen llegar a psicoterapia probablemente más tarde, porque cumplen con lo socialmente esperado en cuanto a lo académico e inclusive se destacan en las actividades físicas. Ganan diplomas, son abanderados, ganan premios. Pero suele surgir la consulta cuando por alguna razón, algo impide realizar estos rituales de perfección, algo interrumpe la rutina camino a ese éxito académico y el control aparente se rompe.
En mi experiencia he recibido consultas por niños que ante una excepcional mala nota no quieren ir más al colegio, otros que desaprueban un parcial por primera vez y tienen una crisis de nervios con pérdida de conocimiento. Otros que al no poder rendir un examen se frustran tanto que liberan el enojo rompiendo objetos valorados de su dormitorio o incluso se arrancan el pelo y se golpean. Ante la adversidad, aparece un temor tan grande que todo  colapsa: cada examen es exageradamente importante, todo debe salir bien y estar bajo control, y si algo se altera pareciera que no disponen de recursos para soportar el fracaso (aunque sea una dificultad pasajera). Ponen en juego todo su ser. Muchas veces estos niños y niñas (aunque también se trata de adolescentes y jóvenes) se apartan de la vida social y pierden salidas enriquecedoras con sus grupos de amistades, para no perder tiempo y seguir con la rutina escolar. También puede suceder que ante una evaluación no duerman o alteren su alimentación por la ansiedad que el examen les significa.


Estas personas resultan sobreadaptadas, es decir, cumplen exageradamente con un área que por alguna razón, posiblemente familiar, esta sobrevalorada. Para sostener su autoestima y ser queridos, creen que deben cumplir con un ideal de desempeño exitoso a nivel académico. Organizan su personalidad en torno a ser buenos alumnos, que en si mismo es algo valioso socialmente, pero exageran en la medida. Suelen ser niños con cierta dificultad en lo vincular, que requiere más seguridad emocional, y más ductilidad afectiva.
Muchos de las personas que he atendido fueron niños solitarios, que no contaban con la atención amorosa y flexible de sus padres, que también eran muy autoexigentes con sus propias actividades. Ante esa rigidez del ambiente, que no brindaba un espacio de ensayo amoroso en cuanto a lo emocional, estructuraron su vida en lo escolar que implica un esfuerzo pero en general no es tan desconcertante como la vida emocional. El camino escolar es bastante lineal, no tiene grandes secretos, pero la vida familiar, las relaciones afectivas son muchas veces contradictorias y enigmáticas. Lo problemático resulta cuando se avanza en lo académico y el crecimiento emocional se posterga y se inhibe, entonces el desempeño personal es insatisfactorio y “hace agua”.
Obviamente, cuando aparecen estos síntomas hay que hacer una consulta a un terapeuta, pidiendo orientación. Como padres tenemos que considerar lo siguiente:
No sobrevalorar el desempeño escolar, también ponderar y alagar otras actitudes personales (la generosidad, la colaboración, el cariño que puedan demostrar nuestros hijos, más allá del ámbito escolar).
Abrir espacios de participación con el niño, en actividades que no sean escolares.
Poner límites claros a las horas que le dedica al estudio: cuando no se respetan las comidas y el descanso estamos ante un problema.
Establecer que el esfuerzo realizado por algunas cosas puede ser positivo, y el sacrificio es una exageración.
Preguntarse si nuestro hijo o hija está escondiéndose o refugiándose en lo académico para evitar enfrentar otros aspectos que le resultan problemáticos.
No establecer competencias ni rivalidades: enseñar a ganar y perder con naturalidad.
Estar mejor es posible, y el acompañamiento con respeto , paciencia y amor son fundamentales. ©

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