A principios del siglo XX el arquitecto e ingeniero civil Arturo Prins ganó el concurso para la construcción de la sede de la Facultad de Derecho de la UBA. La obra, que emulaba un edificio religioso de estilo neogótico, quedó trunca.

Esquina conformada por la intersección de las calles Las Heras y Azcuénaga, pleno barrio de Recoleta. Tránsito vehicular y peatonal intensos. Tres mujeres pasan por la vereda y se persignan, segundos más tardes dos jóvenes tratan de descubrir qué es el edificio, detrás un hombre y su hijo de no más de diez años intentan buscar en el interior algún rasgo que les permita descifrar el enigma que les representa la construcción, más tarde una chica le explica a su novio que “el lugar no se terminó porque el arquitecto se pegó un tiro”. La escena se repite, con variantes, sistemáticamente ante la mirada cómplice de los vecinos y comerciantes de la zona y de aquellos que concurren habitualmente a La Catedral, la edificación de estilo neogótico que ocupa media manzana y en la que funciona una de las sedes de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.
La construcción edilicia es imponente, los muros de ladrillos desnudos evidencian el paso del tiempo, las altas arcadas medievales que enmarcan las ventanas de vidrios partidos atrapan hasta la mirada más distraída, las plataformas cilíndricas vacías, alguna vez pensadas para soportar el peso de esculturas características, denuncian la ausencia como una condena por el abandono del proyecto original.
La arquitectura gótica tiene una relación casi directa con las construcciones religiosas, como monasterios, basílicas, iglesias y catedrales. Una de las características del estilo es la altura de sus torres, jamás alcanzada por otra línea arquitectónica. Su forma, que se angosta a medida que se eleva, contribuye a que la estructura simule mayor altitud. El edificio de Las Heras 2214, aunque se muestra soberbio, carece de esa marca de magnificencia propia de aquellos templos.


Un sueño incompleto

“Esta Facultad es una construcción inconclusa”, advierte el Ingeniero Claudio Rissetto, e inicia un relato que explica la afirmación inicial.
En 1909 la sede de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, ubicada en la calle Moreno 353 – donde hoy funciona el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti-, comenzó a quedar chica para la comunidad académica y se decidió la construcción de una nueva.
Las autoridades de la UBA convocaron a un concurso del que resultó ganador el arquitecto e ingeniero civil, Arturo Prins, quien había nacido en Uruguay en 1877, pero había adoptado la nacionalidad argentina.
Prins, graduado en el país en 1900, había realizado varios viajes a las principales capitales de Europa para perfeccionarse en arquitectura gótica. Entre otros, su firma está presente en edificios como la sede del Banco Nación, ubicada en Azcuénaga y Santa Fe, el edificio Menéndez Behety o el palacete de Manuel Quintana.
“El primer proyecto de Prins era una edificación de estilo Luis XIV (línea arquitectónica que se inició en Francia, en el siglo XVII). Pero las autoridades de la Facultad pretendían algo de reminiscencias góticas”, cuenta Rissetto. Y agrega: “Luego de varios estudios, en 1912 le aprobaron una nueva propuesta que incluía una torre central de 120 metros de altura y dos mucho más bajas en los laterales”.
El domingo 23 de junio de 1912 se colocó la piedra fundamental de la obra. El sueño se iniciaba para Prins y las autoridades de la UBA. Si bien el arquitecto era uno de los más reconocidos de la época era consciente de la magnitud del desafío.
Su obra se ofrece como el testimonio de un detallista. En el anecdotario se destaca la construcción de una casona ubicada en Las Heras 2166, a pocos metros de donde hoy se emplaza el edificio de la Facultad de Ingeniería, donde Prins alojó a los capataces para que no tuvieran inconvenientes ni demoras en el traslado desde su casa a la obra.
El entusiasmo del arquitecto no tardó en desvanecerse. “Las autoridades comenzaron a cuestionar los costos que insumía la obra, pero Prins les respondía que estaban atados a la magnitud del proyecto”, relata Rissetto.
Con la declaración de la Primera Guerra Mundial, el 28 de julio de 1914, el Estado nacional redefinió sus prioridades, recortó los fondos y los trabajos se paralizaron hasta que en 1919 se asignó una nueva partida presupuestaria que permitió completar las aulas y la administración.

Las mudanzas de Derecho

“El 17 de noviembre de 1925, con el edificio incompleto, se realizó la inauguración oficial y se mudó al lugar la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales”, detalla el ingeniero. La crisis económica recordada como “Crack del 29” sepultó las posibilidades de continuidad del proyecto que, a modo de ejemplo, se refleja en la ausencia de las tres torres contempladas en el proyecto inicial.
La capacidad del edificio para albergar a la comunidad educativa de la Facultad de Derecho no tardó en ser desbordada. Ante esta problemática, Prins propuso modificaciones a la edificación, pero fue ignorado por las autoridades.

La crisis económica del 29 sepultó las posibilidades de continuidad del proyecto. esto se refleja en la ausencia de las tres torres contempladas en el proyecto inicial.

Durante el primer año de la presidencia de Roberto Ortiz, entre el 23 y 24 de diciembre de 1938, se realizó una jornada maratónica en el Congreso de la Nación con motivo de debatir el presupuesto del año siguiente. A las 6.30 de la mañana del segundo día de discusión, el ministro de Justicia e Instrucción Pública Nacional, Jorge Coll, se hizo presente en el lugar y solicitó que se destinara una partida para la construcción de un nuevo edificio para Derecho. Coll argumentó que era más económico encarar un nuevo proyecto que finalizar la obra de Las Heras. Los votos oficialistas permitieron que se aprobara la iniciativa que daría vida al actual edificio de la unidad académica de la UBA, emplazada sobre la avenida Figueroa Alcorta, y se sepultara el sueño de Prins, quien moriría en octubre del año siguiente.


Sede de Ingeniería

“La mudanza de la Facultad de Derecho se concretó en 1948 y ese mismo año la Universidad le sedió el edificio de Las Heras a Ingeniería”, explica Rissetto.
A pesar de que hace casi 65 años que en sus aulas se forman futuros ingenieros y que el lugar alberga a más de 3 mil aspirantes a esa profesión, las marcas del destino original están presentes en cada rincón y desnudan la obsesión por los detalles de Prins. Así, por ejemplo las manijas de puertas y las fallebas de las ventanas, que no debieron ser repuestas, conservan impreso en relieve la balanza, símbolo de la Justicia, al igual que los vitraux. Risetto remarca que “el mobiliario y la carpintería del edificio son obras de ebanistas y la mayoría tiene tallada la imagen característica” de ese poder del Estado.

El domingo 23 de junio del año 1912 se colocó la piedra fundamental de la obra. El sueño se iniciaba para Prins y las autoridades de la Universidad de Buenos Aires.

Así, conviven las marcas iniciales con los laboratorios y aulas-taller necesarios para la formación de los ingenieros. Delante de la hermosa escalera central se encuentra, por ejemplo, una copia a escala de una máquina de ferrocarril a vapor y un cartel anuncia que en la unidad académica se encuentra el notable Museo de Ciencia y Técnica, que funciona en la planta baja y en el que, junto a muchos elementos más, se exhiben un ábaco chino, maquetas barcos, teodolitos, un dispositivo que demuestra el teorema de Pitágoras y un aparato que reproduce el efecto de un rayo.
En la actualidad “La inconclusa” refleja los anhelos de los habitantes de aquella ciudad que quiso ser europea. Sus paredes desnudas, sus carencias y ausencias denuncian un sueño trunco, pero también son el registro visual de un lugar y de un tiempo. Por incompleta no deja de ser hermosa, por importar estilo no deja de ser nuestra.

El mito de Prins

Sobre una de las paredes del primer piso de la Facultad de Ingeniería descansa el sueño intacto del arquitecto Arturo Prins. Un dibujo muestra la versión final de “La Catedral” con su torre central de 120 metros y las dos laterales.
El imaginario popular construyó un mito que aún circula por las veredas de Recoleta. El mismo vincula la obra inconclusa con un supuesto suicidio de su responsable. La leyenda urbana sostiene que Prins cometió un error de cálculo durante el diseño y jamás pudo repararlo, y eso lo llevó a quitarse la vida.
“El mito dice que el arquitecto no pudo revocar la construcción porque, de hacerlo, se iba a caer. Ante este supuesto fracaso, decidió suicidarse. La verdad es que ese edificio tiene ‘alma de acero’ y un revestimiento adecuado. Está bien dimensionado para resistir las cargas. Y Prins murió de causas naturales”, aclara Rissetto. Y agrega: “La única verdad de la historia es que el edificio no se quiso terminar porque incluso estaba en los planes revocarlo todo, y no dejar los ladrillos a la vista”. ©

 

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