La Isolina

A pocas cuadras del centro de Monte Grande, Escondida detrás de los árboles centenarios, en medio de las únicas cuatro manzanas libres que quedan en esa zona residencial, se encuentra en pié una de las casonas más antiguas de la ciudad.

La Isolina desafía el paso del tiempo y se prepara para ser el corazón de un nuevo emprendimiento urbano. A fines del siglo XIX, estas tierras eran todavía un territorio semirural dedicado a la producción agroganadera, aunque ya comenzaba a formarse un núcleo urbano que daría origen a las ciudades que hoy conocemos. Uno de los primeros vecinos fue Don Pedro Blas Arocena, uno de los precursores de la creación del partido, que integró la primera comisión de fomento del pueblo. Arocena había comprado una extensión de tierra, en la llamada “zona de quintas”, donde encaró la construcción de una elegante casona con aspecto de castillo al constructor Ferruccio Togneri.
Poco después, la propiedad pasó a manos de Herminio Constanzó figura indiscutida en el proceso de fundación de Esteban Echeverría. Constanzó fue el tesorero de aquella comisión de fomento y luego fue el primer intendente.
“La Isolina” perteneció posteriormente a María Elena Ledesma Arocena, una de las señoras más elegantes del pasado lugareño, casada con el juez de la Nación Dimas González Gowland.
Pasaron más de cien años, y al final del camino de casuarinas que se extiende detrás de la simple tranquera criolla de acceso, la casona sigue intacta y majestuosa. Un poco más alejadas, dependencias de servicio, la casa de los caseros, los galpones y su tradicional molino de viento sobreviven como fieles testigos de aquellos tiempos.



“Es probable que “La Isolina” de Constanzó, cuyo primer propietario y en mayor extensión fue Don Pedro Arocena, sea una de las residencias de mayor antigüedad local, casi una reliquia.

Dice Aníbal Cichero Pitré en su libro “Monte Grande en mis recuerdos y vivencias” de 1972: “Es probable que “La Isolina” de Constanzó, cuyo primer propietario y en mayor extensión fue Don Pedro Arocena, sea una de las residencias de mayor antigüedad local, casi una reliquia. La casa, que aún existe, proyectada con excelente criterio arquitectónico, fue construida en el siglo pasado por la acreditada empresa porteña cuyo dueño y director era el señor Ferruccio Togneri, magnífico tronco de una familia que legó a dos arquitectos: a su hijo Raúl, de excepcionales condiciones, que incorporó al país y especialmente a la capital de la república, obras de gran jerarquía, que merecieron algunas, el Primer Premio anual que otorgaba la Municipalidad de Buenos Aires. Es continuador hoy en la misma profesión, su nieto Jorge. La actual casona de “La Isolina”, difiere de la original con muy pocas modificaciones a pesar del tiempo transcurrido. Su actual poseedora, Doña María Helena Ledesma de González Gowland, con el cariño de haber pasado en esa chacra su feliz juventud, le ha proporcionado algunas mejoras, agregando magníficos detalles, en especial manera, enriqueciendo con valiosa arboleda, a su antiguo parque”.

En todos estos años, la casona de los Gowland quedó en el seno de la familia, manteniendo el amplio predio que le dan sus cuatro hectáreas.

En todos estos años, la casona de los Gowland quedó en el seno de la familia, manteniendo el amplio predio que le dan sus cuatro hectáreas comprendidas entre las calles Rebizo, Constanzó, Esquiú y Roca. A medida que el tejido urbano de la ciudad fue creciendo, esas cuatro manzanas quedaron rodeadas de nuevas construcciones, en el corazón de la zona urbana. Sus veredas de tierra, se convirtieron en el lugar elegido para los que salen a caminar o correr, aprovechando ese paisaje rural (con caballos incluidos) tan extraño en medio de una ciudad.
Pero con el paso de los años, el crecimiento urbano indefectiblemente iba a influir sobre estas valiosísimas tierras. Sus dueños actuales se encuentran en plena etapa de desarrollo de un loteo abierto que permitirá urbanizar la zona, sin perder la histórica casona. Una buena manera de desafiar al paso del tiempo sin echar por tierra el legado del pasado. ©

TXT I Fotos: GEM


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